martes, 4 de mayo de 2010

Capitalismo popular

 
martes, 21 de octubre de 2008
Miguel Ángel Aguilar  - 21/10/2008
 

Ultimos lectores de las memorias de Alan Greenspan, tantos años venerado como presidente de la Reserva Federal (Fed) de EE. UU., traen a colación las reflexiones que figuran en la página 214 a propósito de las hipotecas subprime,que al parecer representaban más del 40% ya en el año 2005. Greenspan se declara consciente del riesgo que esa situación entraña, pero antepone la conveniencia de atender la aspiración que todos tienen de ser propietarios. Es la senda del capitalismo popular, explorada años antes por Thatcher, primera ministra conservadora británica. Se trataba de una nueva pedagogía mediante la cual era preciso inculcar a todos que los derechos económicos derivan exclusivamente de la propiedad.

Según esa doctrina, carecía de validez para generar derechos económicos toda otra invocación. Ni los años trabajados, ni las adversidades padecidas, ni los méritos presentados daban lugar a prestación económica alguna. Así que nadie generaba derechos a recibir pensiones, ni a la educación, ni a la sanidad. Los sistemas públicos quedaban caricaturizados como burocracias ineficientes con costes inaceptables. Además, la universalización de sus prestaciones se criticaba por injusta, al igualar a gentes desiguales, y por dispendiosa y por gravitar necesariamente hacia la corrupción. El Estado de bienestar era considerado un lastre que había de sostenerse con impuestos, cuyo importe siempre estaría mejor administrado si seguía en los bolsillos de los ciudadanos. El peso económico de las asistencias prestadas adquiría el carácter de una desventaja para la necesaria competitividad de nuestras economías.

Los liberal nihilistas confirmaban el principio proustiano de que hay convicciones que crean evidencias. Se imponía abrir un espacio que generalizara las oportunidades para que los de a pie dejaran de sentirse excluidos y soñasen con la prosperidad. Se hacía necesario propugnar el "capitalismo popular" que a todos daría la sensación de haber accedido a la condición de propietarios. La extrapolación de Max Weber llevó desde estimar la riqueza como signo de predestinación hasta culpabilizar al pobre por serlo. Ahora, para reconstruir la confianza, la primera piedra resulta ser el Estado.
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