Alfredo Abián – LA VANGUARDIA
EL 1 de enero del 2011, que caerá en sábado salvo que la crisis y los mercados digan lo contrario, entrará en vigor la segunda ley antitabaco de la era Zapatero. Hablar de este asunto se ha convertido en un ejercicio de alto riesgo si se pretende censurar la degradación social y el confinamiento al que están sometidos los fumadores, como recientemente ha denunciado Vicente Molina Foix. El escritor valenciano, después de recordar en el diario El País que no ha quemado un pitillo en su vida, contrapone el carácter infame que se atribuye al rito de fumar con la benevolencia que el Estado aconfesional muestra con los practicantes de hábitos sobrenaturales que repican campanas o sueltan al muecín. Otro escritor, Manuel Vázquez Montalbán, ya nos alertó el siglo pasado sobre la persecución fundamentalista del placer de fumar por parte de quienes querían exterminar la supervivencia de la cultura del tabaco, que se remonta a hace 500 años, Dios mediante. Pero ahora toca entregar la salud al nuevo orden mundial, nadie sabe si porque el sistema está preocupado por nuestros pulmones, o porque pretende alargar la edad de jubilación hasta que apaguemos cien velitas y veamos cómo nuestros retoños septuagenarios siguen en el hogar paterno por el pertinaz paro juvenil. A los proscritos sólo les queda una salida: estrenar el 2011 en su salón quemando amorosamente los 18 centímetros de un Churchill mientras ven por enésima vez Buenas noches, y buena suerte.Noventa y tres minutos de arte en blanco y negro en los que una banda de periodistas americanos se enfrenta al senador McCarthy y su Comité de Actividades Antiamericanas mientras aspira varias cosechas de Philip Morris. Perpetren el desafío antes de que la ministra Jiménez desguace nuestro DVD y lo lance al sumidero de la nicotina.
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